POLVO
Para ustedes, queridos miserables.
Ayer de tarde, con solo pensarlo
me senté en esta mesa:
“Si fuera otra la voluntad que nos aguarda”.
Tomo una piedra, la observo con detenimiento,
palpo los relieves calizos,
con el puño apretado pienso en ustedes,
por eso no acepto mi parentesco con los otros.
Estoy aquí,
donde uno está escrito con tanto polvo ajeno,
sacudido.
Polvo en el cristal del baso que agito
mientras el flujo subterráneo de mi conciencia
encuentra un recodo, allá
donde no pueden.
Polvo en la hojarasca, sal
y resinas también en lo que se borra;
en la fuerza del agua
y sus miradas despiertas sobre los arquetipos,
en el humo más denso que se avizora en el dolmen.
Lo extraño en mi es ésta manera anfibia
de levantarme a recoger semillas
a pesar de las horas que me han sido dadas
para dinamitar los puentes y embarcaderos
cubiertos de salitre.
Polvo es la casa vieja,
las tablas bajo los aguaceros,
el piso de tierra de la cocina
y todos los cadáveres de mi familia que deambulan;
polvo ya casi el recuerdo de rostros que voy olvidando,
polvo esta tristeza de salir corriendo.
Polvo de cenizas en el recipiente junto a la Ceiba;
polvo mis monedas de la buena suerte,
polvo sobre el vicio, el desliz,
ese memorial que han erigido los bastardos
en pos del progreso.
Polvo, al frente hay una plaza donde crecen las artefactos.
Sopla el viento y todo lo tamiza,
cae la lluvia,
el fango se escurre y salpica las casas;
la calle es lodo que alguna vez fue isla,
tierra sumergida, bamboleo del polvo lo que siento
mientras plasmo mi ciudad trunca en el lienzo;
y polvo también lo que libero
con este sorbo de alcohol
que va bajando.