Más allá de las arenas

 

                                                                    Y en las arenas sin violencia,

                                                                    el exilio con sus llaves puras.

                                                                                Saint-John Perse

 

El mar ha soltado sus golondrinas

que hilan con lágrimas el asta del vigía.

La ternura en los párpados aleja el fondo

y entretiene la distancia.

 

En su canto de aguas el pulso del faro

anega de alegres voces la ancha rutina

por donde el horizonte es una mujer que regresa,

sin una querella en el temblor

que ahuyenta las máscaras.

 

El que prefiere dormir no sabe soñar,

soplar al viento las gaviotas de su frente.

La noche es el pecho de los hijos y las fantasías.

 

En el vigía un pozo de miedo

hace el ancla más profunda.

Por eso alza su anhelo en el silencio,

porque el silencio lo acerca todo como la eternidad.

Cuando se ama el olvido no despierta

ni como un barco de piedra puede simular la estela.

 

Allí donde el viento es el único portero

y la muerte huye de la fama,

el corazón atisba los imanes con que la mirada

hace crecer la espiga.

 

Oh, dulce nombre de mujer

que abres el epistolario de la lluvia.

Mujer que huele a río alegre.

A flor empinada.

A luna en el agua.

A refugios de mares.

 

El mar enaltece y borra las orillas,

huellas, que como novias, prefieren la compañía

y no países de niebla.

 

Y el vigía, entre páginas del tiempo,

ve irse su alma con la heroica mujer que lo espera,

acostada sobre la hierba

acomodando las estrellas,

con un ancla de nostalgia y otra campana de fuego,

prendiendo los enigmas que acortan los caminos

que se pierden

más allá  de las arenas.