La Lechuza

Allá por el camino vecinal de <<Machito>>, dónde el Diablo dio las tres voces, vivía Estanislao con su familia, en un bohío solitario de dos cuartos y piso de tierra. Su mujer María, según él aseguraba, le había<<pario sus trece hijos en escalera>>. Era conocido como <<Lao el carbonero>>, oficio del cual mantenía a su prole.

Guajiro forjado desde pequeño por el duro trabajo, el hambre y las múltiples necesidades, no le sobró el tiempo para los libros ni las amistades. Dos veces al mes hacía el viaje de varias leguas de distancia, con su mulo<<Moreno>>halando el carretón a los manglares en la costa y su perro criollo<<Casimiro>>. Pasaba el día cortando palos con su hacha, la cual manejaba con destreza asombrosa. Por comida solo llevaba, pan con timba como le decía al dulce de guayaba, y un trozo de queso blanco hecho por su mujer, tentempié que compartía con su perro, Para refrescar, una botella de aguardiente de caña que le quitaba la sed, espantaba la vagancia y los mosquitos, aunque su piel curtida era una coraza impenetrable, además se hacía acompañar por la escopeta de perdigones, única herencia de su padre adoptivo -el viejo Jacinto como él le llamaba-, y su mazo de tabaco para mascar, lo que le producía gran energía y abundante salivación que esparcía como regadera mientras, desempeñaba sus labores.

 Después de lograr una buena carga de palos mangle rojo a la caída del sol, se disponía al regreso, iluminado por un candil colgado de una de las barandas del carretón; el animal conocía el trayecto como decir de memoria y Lao, mientras, cantaba los mismos puntos guajiros con los que enamoró a su joven María. El perro Casimiro, se adelantaba un tanto y regresaba como explorador experimentado, así todo el trayecto, Lao decía que iban dos mulos en el camino, uno halando el carretón y otro encima guiándolo refiriéndose a él, se burlaba hasta de su sombra

Ya entrada la noche llegaba la comitiva al bohío, lo esperaba su mujer y su hija mayor, que ya era una adolescente; Esperancita era su nombre. Le aguardaban con un jarro de café claro y viandas hervidas, manjar que devoraba de una vez, después de refrescarse el cogote con un poco de agua de pozo, por último; una mascada de tabaco y directo a la cama que al otro día había que madrugar.

Antes de que el sol asomara, ya Lao estaba en pie ajilando la carga de palos para comenzar su labor de arquitecto natural; con extrema maestría construía la empalizada en pirámide del horno de carbón, forrándolo con pencas de Palma Real y yerba Guinea secas, después lo cubría con tierra dejándole la boca del horno abierta en la parte superior para que respirara, una vez encendido. De ahí en adelante eran varios los días en vela para que no se incendiara el horno y se perdiera el trabajo realizado y la fuente de sus ingresos .Su carbón vegetal era famoso en zonas aledañas, vendiéndose muy bien envasado, en sacos de yute cocida su boca con cáñamo fino.

En los días de vigilia durante el sopor de la madrugada, a medias dormitando, pero alerta, con frecuencia le acechaba la misma pesadilla que le ocasionaba temblores y escalofríos, la cual

consistía en que él veía acercarse volando a una inmensa lechuza de plumaje blanco y penacho beige encima de su cabeza, que lo envolvía en sus amplias alas, lo sujetaba firmemente con sus garras y se lo llevaba en vuelo directo al más allá, sin quitarle la mirada con sus grandes ojos saltones. Lao se despabilaba bañado en sudoración fría y después de darse unos cañangazos de aguardiente, se decía dándose ánimo a sí mismo:

 -¡No sea pendejo guajiro, no ve que solo es un sueño condenao!

Pero ya el día estaba jodido para él, pues rememoraba el tormento de su vida, el cargo de conciencia que no se apartaba de él y más cuando a diario observaba a su hija Esperancita.

Resulta, que unos días antes de que María pariera a la primogénita en pleno bohío, con la ayuda de la negra partera Francisca, Lao había notado que se le desaparecían polluelos y pichones de guanajo con facilidad, encontrando al amanecer un reguero de plumas en la tierra; debajo de la mata de naranja agria, donde dormían las aves. Era difícil con Casimiro de centinela, que en la oscuridad  de la noche, algún intruso mano suelta se escapara de sus ladridos y colmillos afilados, así que el carbonero descartó esa posibilidad, dando por seguro que se trataba de un ave de rapiña que se amparaba en su visión nocturna para lograr su presa. De ahí en adelante Lao se puso como venado en peligro, escudriñaba y olfateaba el paisaje en la oscuridad con escopeta en mano. Como en efecto, una noche de luna llena, pudo divisar en el copito de la mata de naranja agria, la silueta de una hermosa lechuza blanca, dispuesta a rapiñar su alimento vivo; exclamó en voz baja:

-¡Ah cabrona, tu eres la que me robas mis crías, jódete!

Al tiempo que apuntaba y disparaba su escopeta de perdigones, Lao vio caer al ave de lo alto y salió en carrera junto a Casimiro, cuando llegaron al lugar solo encontraron algunas plumas blancas con manchas de sangre. Al siguiente día continuó la búsqueda en matorrales y sabana, sin resultado alguno; para intriga del escopetero y su fiel compañero. En lo adelante no desaparecieron más aves, lo que hizo pensar a Lao que había liquidado a la lechuza ladrona. A los pocos días de esto, alumbró María, a la niña Esperancita, en parto complicado, pues venía con el cordón umbilical enredado en el cuello, lo que comprometía su respiración, gracias a las habilidades de Francisca la partera, se salvó la criatura para satisfacción de sus padres primerizos, los que le estuvieron siempre muy agradecidos, por ello el nombre de Esperanza.

Con el pasar del tiempo la niña fue creciendo, y cada vez más, su rostro asumía características de lechuza. Sus ojos fueron creciendo salidos de sus órbitas, su nariz en forma de pico y su boca muy pequeñita, presentaba dificultades para respirar y hablar, su cuerpo comenzaba a dar señales de raquitismo producto de un hipertiroidismo congénito, pero Lao consideraba que aquello tenía que ver con la lechuza que él había matado en aquella ocasión, para su entendimiento era una maldición reflejada en su hija y por ello se lamentaba en silencio.

 Hombre de pocas palabras no había hecho comentario alguno. Él y su mujer recorrieron con la niña, todos los curanderos y espiritistas de la zona, siguiendo remedios y recomendaciones en busca de auxilio sin resultado alguno. Esperancita evitaba el contacto social, víctima de complejos por su configuración corporal, dejó de ir a la escuela, pues los otros niños del aula le pusieron el sobrenombre de<<Lechuza>>, siendo objeto de sus burlas, por lo que se dedicó a ocultarse, ayudando a su madre en el cuidado de los animales y demás quehaceres del hogar, y contando con el cariño y comprensión de sus padres. Ya en la adolescencia, las características del ave de rapiña se acentuaban en la joven, incluso los bellos de sus brazos y piernas se convirtieron en pequeños cañones de plumas y emitía sonidos involuntarios en las noches, semejantes a los escuchados por Lao, provenientes de aquel animal el día de su muerte.

Muchas veces pidió mentalmente que el maleficio que padecía su hija recayera en él. Sin embargo la joven en su inocencia, era feliz en el seno de su familia y disfrutaba de la belleza natural del paisaje campestre, que a ella le era negado en su aspecto corporal. La bondad y nobleza eran los atributos que adornaban su persona. En días posteriores, el carbonero comenzó a tener días de fiebres altas y dolores intensos en sus miembros que le imposibilitaban realizar sus labores habituales, pasando largas horas en cama sin alivio. Una noche de luna plena, cuando todos dormían, repentinamente Esperancita despertó de un sobresalto, sintiendo una mirada intensa que le impedía conciliar el sueño nuevamente. De inmediato se puso en pie y se asomó de manera automática a la ventana, que daba a la mata de naranja agria en el patio, de allí pudo apreciar la hermosura que exhibía una lechuza de plumaje blanco, posada en el copito de dicha mata que la observaba con extrema dulzura.

 Al amanecer de ese día, se dispuso a llevarle el jarro de café claro al padre a la cama, y cuál sería su sorpresa al verlo que yacía sin vida, convertido en una inmensa lechuza blanca, pero su sorpresa fue aún mayor al comprobar que su rostro se había transformado en el de una bella joven con figura angelical, cuando se miró al pedazo de espejo colgado en la pared del cuarto. Por mucho que trató, nunca pudo explicarse el motivo de su transformación.

Así este hecho, formó parte de las leyendas de aquel pueblito embrujado, donde proliferan las lechuzas a su antojo.