Urbino, la fortuna y otras menudencias o Acotaciones para leer a solas debajo de una ceiba.

Rigoberto Rodríguez Entenza

La literatura ofrece datos que corroboran las semejanzas y diferencias entre unos seres humanos y otros, ofrece esa noción de lo que se es, y lo hace de modos tan diversos que sería imposible enumerar sus caminos. Entre tantos, uno es aquel que intenta trasladar las costumbres y, con sus remedos, construir cuadros, representaciones en las que lo cotidiano se muestra tal cual es y, por eso mismo, plantea peligros que solo puedan ser superados si se logra un discurso en el que los aspectos compositivos sean análogos a los hechos, pero no meras repeticiones, sino paisajes figurativos, tapices que solo puede tejer el que está atento a los mosaicos que se dibujan en el día a día, gesto a gesto, palabra a palabra. Urbino, la fortuna y otras pamplinerías (ClassicSubversive, 2021), es un libro que parte del componente principal de las costumbres cubanas: la familia. Busca un punto y sobre él superpone círculos concéntricos que van configurando ese entramado en el que no faltan los agregados necesarios, la ironía, el choteo, el sarcasmo y hasta un lirismo que, por cotidiano, subyace y solo se muestra cuando es requerido para solapar los momentos álgidos, aquellos que precisan una gravedad poco común en la literatura humorística.

La ubicación de esas familias, en el tiempo y el espacio, se rige por una estructura poco visible en la época de su posible lector; pareciera que hay una evocación mimética del pasado; pero cuando los temas cobran cuerpo, ese pasado avanza y logra una armonía que guarda más relación con la naturaleza que con los estereotipos. Porque hay dos elementos con los que el escritor Nelson Gudín juega: los personajes y su proyección, la sicológica y la de los planos que configuran sus caracterizaciones, en los que tiene un lugar privilegiado el lenguaje.

Al narrar y describir se disponen los elementos que el lector necesita para ubicarse, pero es en los diálogos donde está la sustancia de estas estampas, no por su predominio, pues hay un balance entre las formas, sino por la concentración de ideas, por la fluidez, por el desparpajo con el que los personajes “dejan caer” todos los pesos que traen consigo. Deslizar aquellos aspectos que forman las costumbres es un mérito de estos pasajes. Ello acentúa la reverencia a la realidad, que se revela por la suspicaz combinación de elementos como la reiteración de tonos, de ritmos, de lo que sucede y con la suma de la ingeniosidad del lenguaje coloquial, la capacidad de mezclar las formas elocutivas, con giros que denotan eficacia en el uso de los recursos retóricos, otro elemento nada común en obras semejantes.

El origen de Urbino… está en un programa de televisión que ganó el favor del público, pero más allá de ello, si se piensa en el lector que poco o nada conoce del antecedente, hay una capacidad de fabular a partir de personajes que traen una visión fiel de esas “menudencias” que día a día coordinan un modo de estar sobre la tierra y que, justamente, por ser repetidas, nos pasan sin que nos percatemos que  sobre pequeñas cosas se afincan las ilusiones para alzar vuelo. Colocar en su justa dimensión las pequeñas acciones, esa fraseología que los individuos llevan consigo y nos recuerdan palabras tan viciadas como identidad, autenticidad.

No se trata ya del viso romántico de la costumbre, sino de su análisis, de su dimensión crítica, de su manera de lidiar con los mitos y leyendas que se tejen desde los impulsos del ser humano por pronunciar su existencia. Todo esto fuera palabrería si no llegamos al punto de confirmación. ¿Cuál es? ¿Qué le ofrece a un lector que trae la carga de una historia que no pueden desvestir con las herramientas de un espacio donde la línea circundante encierra pocos elementos del desarrollo universal?

Pues le ofrece su verdad, le ofrece una mirada a sus relaciones humanas, a sus comidas, a su música, al ritmo con el que habla, y aquí no es posible pasar por alto un asunto que, se haya propuesto o no, Nelson Gudín ofrece como trofeo, los octosílabos interpuestos, no solo cuando hay décimas, sino en el parloteo común, lo cual es parte del comportamiento lingüístico de los cubanos y de muchos pueblos de América Latina.

Que los personajes, ya sea Flor de Anís o Arturita, Pipo Pérez o Urbinito, dejen en el aire esa ingenua ironía con la que valoran la realidad, que a su vez provoquen que el lector goce de lo intencionalmente hilarante o que sea colocado en una encrucijada, en la que la tristeza se disipa en la risa, ya tenue, ya desarropada de toda norma, todo eso es parte de un mismo concierto.

Este libro trae consigo la tradición teatral cubana, visible en la concepción de los personajes, definidos en unas cadenas de sucesos en las que causa y efecto tienen una comunión eficiente. Los conflictos se solucionan con puntos de giros marcados con intención; pero sin desligarse de su sentido narrativo. Y he ahí otro hallazgo, los parlamentos son parte de la narración y a una vez tienen ese frescor de la oralidad. Así el matiz de la naturaleza, sus colores, su música, se convierte en eje transversal de unas historias que no pretenden más que ser una estampita de la vida, de esos instantes en que lo que se es se transfigura en la belleza de lo que ocurre.

Los cuentos de Urbino son un reflejo del contrapunteo de los patios y portales cubanos, entre encuentros y desencuentros hay un conjunto de diálogos que resumen muchos de los aspectos sustanciales de nuestras costumbres. La esperanza del pobre, junto a la ingenuidad del pobre, hacen una suma en la que el golpe de la realidad, su severa sinfonía pone a un tiempo, la belleza de lo auténtico y la tristeza de las frustraciones, tratadas sin el más mínimo dolor, pero tratadas. En el cuento Evacuado, por solo citar uno de ellos, se predisponen las capacidades del ser humano para mezclar sus diversas expresiones. Porque es absolutamente necesario que se le recuerde al lector que aquí se le hace culto a lo variopinto de la cultura cubana; aquí se condimenta con especias de muchos canteros; aquí hay una regusto por desvestir, tanto los enredos del malentendido como alguno vicios del machismo cubano, la promiscuidad, el autoritarismo paternal, para luego ir hasta la más elevada sensibilidad y tocar la estatura del ser humano de este, el siglo XXI.

Otro tanto sucede en La (infortunada) fortuna, donde Urbinito, una suerte de protagonista del conjunto de relatos, experimenta una manifestación sicológica poco común en este tipo de narrativa. En este momento de la lectura hay una suerte de eterno retorno, pero con nuevas situaciones. Otra vez los desencuentros, las ilusiones contrariadas, el ridículo propio de la comedia, acompañados de esa valiosísimas pausas que le permite la décima, como estrofa común, asumida con un dominio frondoso. Otra vez esa constante autenticidad de los personajes y la cohesión de sus lenguajes permiten que el lector tenga una referencia acertada de modos de vivir y de manifestaciones de una cultura que permite dialogar con estos tiempos, tomando como punto de partida las raíces, desde las cuales se hace un recorrido por muchos de los momentos esenciales de las últimas generaciones.

Autores publicados por ClassicSubversive Editions

                  Rolando León 

                  Manuel Sosa

          Manuel Alberto García

                     María C. Debes