Nelson Gudín
Si al menos esperaran
los gritos del alba,
o pasara alguien arrastrando un pedazo de luz,
los asesinos de estos días
comprenderían que solo es un poeta
sentado al final de la hoja,
un hombre ante su última y definitiva muerte;
alguien nacido para morir,
y vuelto a nacer, tantas veces,
como tantas fueron sus muertes anteriores.
Es culpable.
Lo saben los asesinos.
Vociferan y no puede verlos,
buscan
y la prueba no está en sus vísceras.
Ya desgarraron los ojos,
parte de la piel fue desprendida
al compás de la furia
y de los gritos.
Es culpable.
En algún momento
quedarán quebrados los últimos huesos.
Entonces quemarán la lengua,
—¡Su inútil lengua! —dirán los asesinos,
y tendrán razón.
Un poeta solo requiere de sus manos.
¡Ah, sus manos!
No se atreverán a palpar los dedos
antes de mutilarlos;
por su sangre pasaron una a una las palabras
que pudieran involucrarlo,
los versos
de los que ya es inútil arrepentirse.
No se atreverán.
Los asesinos de estos días
les temen a sus manos.
Para esta época del poema
debería estar olvidado.
Antes anduvo en el ruido,
en las hojas del camino,
en lágrimas de muchachas comunes,
en el olor del tiempo,
en las frías ventanas del atardecer.
Sus contemporáneos
solían verle siempre al final de los relojes,
o doblando alguna esquina
cuando el viento pasaba muy de prisa
y los días eran casi eternos.
Los mejores versos
quedaron atrapados por la lluvia
de esos años confusos
en que escribe,
o se trastocaron
en el marasmo
de ciertas manos inquisidoras.
Para esta época,
también el poema
debería estar olvidado;
Las mejores metáforas
no sirvieron a la guerra
ni a los héroes;
eran,
como él,
inusuales criaturas
sin más color que el llanto contenido.
Les va sobrando silencio
a estos días
en que todo se le hace muy extraño.
Sus vecinos (los transeúntes),
callan;
y a falta de oírlos,
teme olvidar también sus rostros.
Olvidada ya la ciudad
y sus venas, y sus nombres.
Ayer, unas manos envueltas en barro,
en puro barro de otros años.
Le faltó la carne tibia.
Esa que suele evadirse
de los recuerdos,
del roce clamoroso de los años.
Le faltó la madera de otro siglo
(el de Bretón tal vez),
para invertir la realidad,
o simplemente
convertirla en burla
o en leyenda.
Les va sobrando silencio
a estos días
en que el tiempo transita
del otro lado del cristal,
y él,
el maniquí,
en su rara pretensión de eterno.
Nelson Gudín Benítez (Pilón, Granma, 1966)
Actor. Poeta, narrador y guionista de Radio y Televisión. Miembro de la UNEAC y del Grupo literario Sur. Ha sido premiado en importantes concursos literarios territoriales y nacionales, en diversos géneros. Tiene publicados los libros La ciudad y el loco (poesía, Editorial Extramuros, 2010) El país de Los Pultos (novela, Editorial Sanlope, 2010) El mundo de los ojos (poesía para niños, Ediciones Bayamo, 2011) Gentes de San Apapucio (cuento, Editorial José Martí, 2016) en las antologías de la poesía infantil Anaquel de los sueños (Ediciones Bayamo, 2006) Navegas, isla de oro (poesía, Editorial Gente nueva, La Habana, 2009) y otras antologías de poesía cubana contemporánea como: Esta cárcel de aire puro (poesía, Ediciones Unión, 2011) Poetas de La Ensenada (poesía, Ediciones Colección SUR, 2012). En el año 2006, el «Consejo de Estado de La República de Cuba» le otorgó la Orden por la Cultura Nacional.